Tristeza es cuando una pareja se separa. Tristeza es cuando alguien sabe que sus días se terminan y no puede hacer nada por evitarlo.
viernes, 18 de marzo de 2016
Mi primera pelea de MMA
Hay un tipo de lucha que se puede ver en algunos canales de
cable que (creo) se llama MMA y
consiste en dos tipos matándose a golpes dentro
de una jaula.
Una noche, en un restaurante de mala muerte del barrio
Sayago, no tuve más remedio que ver una de esas peleas; y lo planteo así porque
era lo que exhibían en el televisor del lugar.
Agarré el final del combate protagonizado por el uruguayo
“Tonga” Reyno, y de eso me enteré por
los comentarios de un muchacho que lo seguía con mucha atención.
Pero nuestro compatriota no es el protagonista de este
relato, aunque, si sirve de algo, perdió por puntos (no muchos, al parecer) con
un norteamericano.
La que me llamó la atención fue la pelea siguiente entre un
brasilero y otro norteamericano, pésimamente “relatada” por un flaco que estaba
sentado en la mesa de atrás junto a su novia (no la veía, pero adivinaba la
cara de aburrimiento de esta).
Duró poco. Si bien el salvajismo fue mutuo, la contienda
finalizó con un Knock out por parte del estadounidense.
Me llamó mucho la atención ver en la reiteración, en cámara
lenta, el momento en que se produjo la desconexión del sistema nervioso del
derrotado con la realidad y cómo el vencedor le seguía propinando golpes en la
cabeza aún cuando aquel yacía inconsciente en la lona.
Mientras (supongo que un médico, entre otros) atendían al
brasilero, tratando de lograr que volviera en sí, el norteamericano corría
alrededor de la jaula, trepaba a la reja y emitía unos gritos incomprensibles
hacia la multitud que lo vitoreaba.
Fue lo
más parecido a la jaula de los mandriles del Parque Lecocq que he visto. Dicen
que es un deporte.
martes, 5 de enero de 2016
1986
Mi padre estacionó el prehistórico Ford Taunus verde en alguna esquina de la
noche montevideana y nos dirigimos, junto con mi madre, hacia las inmediaciones
de un edificio viejo y grande que desde entonces conocería como Palacio
Legislativo.
Había mucha gente en las afueras del lugar y, si bien yo era un niño de seis o
siete años, me daba cuenta de que el ambiente era muy raro. Algunas personas
gritaban cosas, otras discutían (dos tipos se empezaron a pelear, pero
rápidamente los separaron algunas personas, entre ellas mi padre); un tipo de
barba, lentes y pelo largo pintaba con aerosol una leyenda en una pared del
Palacio, de la cual la única palabra que recuerdo es “milicos”.
Lo que más me inquietaba, ahora que menciono la
pintada, era el gran número de milicos que custodiaba el lugar. Yo los veía
como una caldera a punto de reventar en hervor, me asustaban. Pero mi viejo me dijo
algo muy inocente, acorde a mi edad, pero que me tranquilizó: “no te preocupes,
somos más que ellos”.
Uno de los recuerdos más presentes que tengo y que me
estremece hasta el día de hoy, es el de mi madre gritándole muy
enérgicamente “¡Traidoreeees!”, a dos
tipos de traje y corbata, elegantemente peinados (o engominados), que con una
sonrisita sobradora miraban a la muchedumbre desde una de las ventanas
superiores del Palacio Legislativo.
Esa noche se aprobó en el Parlamento la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva
del Estado. La gente que estaba afuera coreaba algo que también me quedó
grabado para siempre: “la impunidad la votan los traidores, ni olvido ni perdón
para los torturadores”.
martes, 8 de diciembre de 2015
El que esté libre de beneficios arbitrales que tire el primer penal... Reconozco: prefiero no salir campeón antes de hacerlo con penales afanados, pero me causan gracia y vergüenza ajena algunas protestas acerca de los fallos arbitrales. Al único que le llevo el apunte es al cuadro chico; "grandes" llorando porque beneficien al otro es reírse en la cara de esos cuadros, que son a los que garcan en la mayoría de los casos. Memoria, gente...
sábado, 21 de noviembre de 2015
Mea
culpa
De adolescentes nos creíamos muy vivos, como lo hacen la
mayoría de los individuos cuyos rostros hierven en acné y les sale algún que
otro gallo al hablar, además de ser algo inquietos de manos... Pero un día nos
pasamos de rosca y eso le costó la vida a nuestro entrañable amigo Nacho M.,
que era al que más agarrábamos de punto.
Dos décadas después escribo esto desde el penal de
Castillos, con una barba cana larga hasta los pies y la cara de nuestro amigo
tatuada en el pecho, hecha con un cuchillo herrumbrado (algo se parece, aunque
algunos lo confunden con Jesús).
Estábamos en Valizas, y fue la
última vez que fumamos porro y tomamos aquel licor brasilero (caliente) de
botella de plástico que venía en varios sabores: frutilla, coco, banana, etc.
Las famosas batidas elaboradas con metanol, por tanto no aptas para consumo
humano.
Adobaditos y chisporroteantes nos pusimos a jugar al “25” y
decidimos que en vez de “la patada fuerte” elegiríamos una prenda para el
Nacho. Se nos fue la moto, él hubiera preferido que lo agarráramos a boleos en
el culo.
La cosa es que aquella calurosa tarde de febrero de fines de
los 90’, en la playa, junto al arroyo,
le metimos el gol de cabeza al Nacho (en realidad lo robamos, porque la
pelota pasó a medio metro de la chancleta que hacía de palo) que valía 25
puntos y por ende, la pena máxima.
En el momento la idea nos pareció graciosísima: fuimos hasta
la esquina de la calle principal donde se encuentra el súper El Puente; lo
atamos a un cuatriciclo decorado con imágenes del puerto de aguas profundas, de
Monsanto y Aratirí y pegotines de “no a la legalización de la marihuana, sí a
la vida”; le pusimos una remera con la cara del milico de Capusotto y la
leyenda “el hippie es puto y la hippia también es puto” y le colocamos unos
parlantes muy potentes con la canción de Flema “No me gustan los hippies”, a
todo trapo. Listo, dejamos el cuatriciclo en automático y lo largamos despacito
por la principal, en dirección a la playa…
Para qué... Fue tarde para arrepentirse. No pudimos hacer
nada.
Dos hordas, cuan zombies de película, comenzaron a marchar
atrás del vehículo: por un lado todos los hippies, rastas y reventados de la
vuelta (el contingente más peligroso salió del Rey de la milanesa), y por otro,
los perros hambrientos que viven todo el año en Valizas, babeantes, porque algo intuían.
Y Nachito, amordazado y atado, con los ojos desorbitados…
El cuatriciclo, seguido por el lento andar de los ahora miles
de zombie-rasta-perros, pasó por la placita que los hippies usan de circo
cuando cae el sol, se ladeó un poco a la derecha y terminó incrustándose en el
boliche El León, en el que esa noche tocaba el cantante de 4 Pesos de propina. Tocaba
el cantante de 4 pesos de propina, pero se tuvo que suspender.
Hasta ahí llegó Nachito. Lo que quedó de él terminó en la
panza de los hambrientos perros que viven todo el año en Valizas y en piezas de
artesanías de esas que venden los hippies.
Notas: 1) hasta donde sé, no existe un
penal en Castillos y 2) le pedí a Nacho M. para usarlo como personaje (no, no
murió).
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Con el Paul estas cosas no pasaban
Por más que muchos le
sigan dando palo a Galeano -aunque ahora mira crecer las margaritas desde abajo-,
las reglas del mercado siguen siendo las que definen nuestro modo de vida, como
él decía.
La llegada de los Rolling Stones a Uruguay es una clara muestra de lo
que sucede cuando se mueve mucha guita.
Tras algunos intentos infructuosos de obtener entradas con
la tarjeta de crédito iluminada, no queda más remedio que resignarse, sobre
todo teniendo en cuenta que al ratito de que se pusieran a la venta las
localidades generales, se agotaron las de seis mil pei hacia abajo.
A Paul Mc Cartney lo pudimos ver desde la Colombes,
sentaditos aunque bastante de lejos, por mil quinientos pesos. Pero seis palos
para ver a los Rolling… Ojo, comparado a los precios en distintas partes del
mundo no es que sea tan caro, solo que de acuerdo al bolsillo no nos podemos
olvidar que seguimos estando en el tercer mundo.
“Al cabo que no me importa”, me gustaría decir, pero en la
fecha del recital me voy a querer martillar las tarlipes. De todos modos, hay
algo que es verdad y que muchos lo sostienen: che, Mick, ¿no podrían haber
venido quince o veinte añitos antes? Está bien, Paul la descosió con 70 pinos,
es verdad, pero aunque sea diez añitos antes…
La anécdota
Hecho histórico también fue el ocurrido en 1995 (creo, no me
acuerdo bien), cuando los Rolling tocaron en Buenos Aires.
Ir a verlos con entrada, pasaje etc. era para mí una utopía,
pero, todavía estaba Alfonso Carbone en la televisión nacional y su programa de
canal 10 “Control remoto”.
En el mencionado programa había un sorteo, pero faltaba un
rato para internet y las redes sociales, por eso había que mandar cartita
escrita de puño y letra con la leyenda: “Quiero ver en vivo a los Rolling
Stones”.
En el quiosquito que había frente a casa compré un block de
200 hojas tipo 10 x 15 cm. Y por ende, tuve que comprar 200 sobres. Con toda la
ilusión de la nube de pedos del adolescente llevé las dos centenas de cartas a
canal 10 y a esperar el gran día.
Estaba tan convencido de que ganaría, que, con tantas
chances que me había creado, manejaba incluso la posibilidad de salir sorteado
más de una vez.
La desazón fue total cuando llegó el día del sorteo; la
cantidad de cartas enviadas podían entrar en la piscina del Olimpia y
desbordarla.
Obviamente no gané, mi ilusión se fue a la mierda y chau
Rolling Stones. Igual que ahora, 20 años después, que seguramente no los vea
por no tener la tarjeta de crédito iluminada ni acampar en la cola durante
varios días ni tener guita como para
sacar la entrada de seis palos.
domingo, 15 de noviembre de 2015
El día que La Chancha se comió el Solís
Si algo le faltaba a La Chancha era presentarse ante un Teatro Solís colmado,
algo que cumplió el 15 de abril de 2015, en el marco de una movida cultural de
la Intendencia de Montevideo.
Según
contó Juan Bervejillo desde el escenario, el recital surgió prácticamente de la
nada, dejando poco tiempo de preparación. “Nos llamaron un día y nos dijeron: ‘tienen
que tocar en dos semanas en el Solís’”, reveló el vocalista.
La
apertura del show estuvo a cargo de la banda Redd House, oriunda de la ciudad
canaria de Las Piedras. Juntos desde 2009, con un disco en su haber y otro en
camino, a estos chicos no les pesó tocar
en el histórico escenario capitalino.
La
Chancha abrió con el tema “Axidente”, dando inicio a un repertorio lleno de
clásicos, interpretados íntegramente en formato acústico (o “playero”, como lo
definen los propios músicos).
El
quinteto playero, como ocurre habitualmente, estuvo integrado por Juan
Bervejillo (guitarra y voz), Alejandro Nari (bajo acústico y coros), Daniel
Aguerregoyen (percusión), Diego “Mireya” Lozza (saxo) y Javier Pérez (guitarra
y coros).
La
intensidad del show fue en ascenso desde el comienzo. Los seguidores del grupo
pueden darse por satisfechos, ya que fueron pocos los temas que quedaron
afuera.
Alejandro
Nari, “Alito” para los amigos, tuvo su momento personal, cuando en determinado
momento tomó la posta y cantó “Solo estoy ocupando un lugar”. Incluso hubo
lugar para el lucimiento de “Mireya” y su saxo, haciendo algún solo frente al
público.
El
público también fue protagonista. Invitados por Bervejillo, muchos de los
presentes cantaron “La curiosidad no mató al gato”, aunque hay que reconocer
que la versión fue algo tímida.
Sobre
el final, la banda dio dos buenas noticias: por un lado, que ya estaría pronto
el tan ansiado disco acústico, y por otro, el regreso al país del batero Yanny
Ippoliti, miembro desde la época de la “Francisca” junto a Juan y “Mireya” desde la década de los
80’.
Fue
un buen recital, aunque un lugar como el Solís habría sido ideal para la
actuación con el formato “Los otros”, el cual se conforma por casi una decena
de músicos, aunque hay que tener en cuenta aquello de la falta de tiempo.
Quedó
demostrado que La Chancha rinde. Sus miembros deben plantearse volver a actuar
en el Solís, para los que se quedaron afuera.