Con el Paul estas cosas no pasaban
Por más que muchos le
sigan dando palo a Galeano -aunque ahora mira crecer las margaritas desde abajo-,
las reglas del mercado siguen siendo las que definen nuestro modo de vida, como
él decía.
La llegada de los Rolling Stones a Uruguay es una clara muestra de lo que sucede cuando se mueve mucha guita.
Tras algunos intentos infructuosos de obtener entradas con
la tarjeta de crédito iluminada, no queda más remedio que resignarse, sobre
todo teniendo en cuenta que al ratito de que se pusieran a la venta las
localidades generales, se agotaron las de seis mil pei hacia abajo.
A Paul Mc Cartney lo pudimos ver desde la Colombes,
sentaditos aunque bastante de lejos, por mil quinientos pesos. Pero seis palos
para ver a los Rolling… Ojo, comparado a los precios en distintas partes del
mundo no es que sea tan caro, solo que de acuerdo al bolsillo no nos podemos
olvidar que seguimos estando en el tercer mundo.
“Al cabo que no me importa”, me gustaría decir, pero en la
fecha del recital me voy a querer martillar las tarlipes. De todos modos, hay
algo que es verdad y que muchos lo sostienen: che, Mick, ¿no podrían haber
venido quince o veinte añitos antes? Está bien, Paul la descosió con 70 pinos,
es verdad, pero aunque sea diez añitos antes…
La anécdota
Hecho histórico también fue el ocurrido en 1995 (creo, no me acuerdo bien), cuando los Rolling tocaron en Buenos Aires.
Ir a verlos con entrada, pasaje etc. era para mí una utopía,
pero, todavía estaba Alfonso Carbone en la televisión nacional y su programa de
canal 10 “Control remoto”.
En el mencionado programa había un sorteo, pero faltaba un
rato para internet y las redes sociales, por eso había que mandar cartita
escrita de puño y letra con la leyenda: “Quiero ver en vivo a los Rolling
Stones”.
En el quiosquito que había frente a casa compré un block de
200 hojas tipo 10 x 15 cm. Y por ende, tuve que comprar 200 sobres. Con toda la
ilusión de la nube de pedos del adolescente llevé las dos centenas de cartas a
canal 10 y a esperar el gran día.
Estaba tan convencido de que ganaría, que, con tantas
chances que me había creado, manejaba incluso la posibilidad de salir sorteado
más de una vez.
La desazón fue total cuando llegó el día del sorteo; la
cantidad de cartas enviadas podían entrar en la piscina del Olimpia y
desbordarla.
Obviamente no gané, mi ilusión se fue a la mierda y chau
Rolling Stones. Igual que ahora, 20 años después, que seguramente no los vea
por no tener la tarjeta de crédito iluminada ni acampar en la cola durante
varios días ni tener guita como para
sacar la entrada de seis palos.

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