miércoles, 18 de noviembre de 2015

Con el Paul estas cosas no pasaban

Por más que muchos le sigan dando palo a Galeano -aunque ahora mira crecer las margaritas desde abajo-, las reglas del mercado siguen siendo las que definen nuestro modo de vida, como él decía.

La llegada de los Rolling Stones a Uruguay es una clara muestra de lo que sucede cuando se mueve mucha guita.

Tras algunos intentos infructuosos de obtener entradas con la tarjeta de crédito iluminada, no queda más remedio que resignarse, sobre todo teniendo en cuenta que al ratito de que se pusieran a la venta las localidades generales, se agotaron las de seis mil pei hacia abajo.

A Paul Mc Cartney lo pudimos ver desde la Colombes, sentaditos aunque bastante de lejos, por mil quinientos pesos. Pero seis palos para ver a los Rolling… Ojo, comparado a los precios en distintas partes del mundo no es que sea tan caro, solo que de acuerdo al bolsillo no nos podemos olvidar que seguimos estando en el tercer mundo.

“Al cabo que no me importa”, me gustaría decir, pero en la fecha del recital me voy a querer martillar las tarlipes. De todos modos, hay algo que es verdad y que muchos lo sostienen: che, Mick, ¿no podrían haber venido quince o veinte añitos antes? Está bien, Paul la descosió con 70 pinos, es verdad, pero aunque sea diez añitos antes…

La anécdota

Hecho histórico también fue el ocurrido en 1995 (creo, no me acuerdo bien), cuando los Rolling tocaron en Buenos Aires.

Ir a verlos con entrada, pasaje etc. era para mí una utopía, pero, todavía estaba Alfonso Carbone en la televisión nacional y su programa de canal 10 “Control remoto”.

En el mencionado programa había un sorteo, pero faltaba un rato para internet y las redes sociales, por eso había que mandar cartita escrita de puño y letra con la leyenda: “Quiero ver en vivo a los Rolling Stones”.

En el quiosquito que había frente a casa compré un block de 200 hojas tipo 10 x 15 cm. Y por ende, tuve que comprar 200 sobres. Con toda la ilusión de la nube de pedos del adolescente llevé las dos centenas de cartas a canal 10 y a esperar el gran día.

Estaba tan convencido de que ganaría, que, con tantas chances que me había creado, manejaba incluso la posibilidad de salir sorteado más de una vez.

La desazón fue total cuando llegó el día del sorteo; la cantidad de cartas enviadas podían entrar en la piscina del Olimpia y desbordarla.

Obviamente no gané, mi ilusión se fue a la mierda y chau Rolling Stones. Igual que ahora, 20 años después, que seguramente no los vea por no tener la tarjeta de crédito iluminada ni acampar en la cola durante varios días ni tener guita como para sacar la entrada de seis palos. 

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