El que esté libre de beneficios arbitrales que tire el primer penal...
Reconozco: prefiero no salir campeón antes de hacerlo con penales afanados, pero me causan gracia y vergüenza ajena algunas protestas acerca de los fallos arbitrales.
Al único que le llevo el apunte es al cuadro chico; "grandes" llorando porque beneficien al otro es reírse en la cara de esos cuadros, que son a los que garcan en la mayoría de los casos. Memoria, gente...
martes, 8 de diciembre de 2015
sábado, 21 de noviembre de 2015
Mea
culpa
De adolescentes nos creíamos muy vivos, como lo hacen la
mayoría de los individuos cuyos rostros hierven en acné y les sale algún que
otro gallo al hablar, además de ser algo inquietos de manos... Pero un día nos
pasamos de rosca y eso le costó la vida a nuestro entrañable amigo Nacho M.,
que era al que más agarrábamos de punto.
Dos décadas después escribo esto desde el penal de
Castillos, con una barba cana larga hasta los pies y la cara de nuestro amigo
tatuada en el pecho, hecha con un cuchillo herrumbrado (algo se parece, aunque
algunos lo confunden con Jesús).
Estábamos en Valizas, y fue la
última vez que fumamos porro y tomamos aquel licor brasilero (caliente) de
botella de plástico que venía en varios sabores: frutilla, coco, banana, etc.
Las famosas batidas elaboradas con metanol, por tanto no aptas para consumo
humano.
Adobaditos y chisporroteantes nos pusimos a jugar al “25” y
decidimos que en vez de “la patada fuerte” elegiríamos una prenda para el
Nacho. Se nos fue la moto, él hubiera preferido que lo agarráramos a boleos en
el culo.
La cosa es que aquella calurosa tarde de febrero de fines de
los 90’, en la playa, junto al arroyo,
le metimos el gol de cabeza al Nacho (en realidad lo robamos, porque la
pelota pasó a medio metro de la chancleta que hacía de palo) que valía 25
puntos y por ende, la pena máxima.
En el momento la idea nos pareció graciosísima: fuimos hasta
la esquina de la calle principal donde se encuentra el súper El Puente; lo
atamos a un cuatriciclo decorado con imágenes del puerto de aguas profundas, de
Monsanto y Aratirí y pegotines de “no a la legalización de la marihuana, sí a
la vida”; le pusimos una remera con la cara del milico de Capusotto y la
leyenda “el hippie es puto y la hippia también es puto” y le colocamos unos
parlantes muy potentes con la canción de Flema “No me gustan los hippies”, a
todo trapo. Listo, dejamos el cuatriciclo en automático y lo largamos despacito
por la principal, en dirección a la playa…
Para qué... Fue tarde para arrepentirse. No pudimos hacer
nada.
Dos hordas, cuan zombies de película, comenzaron a marchar
atrás del vehículo: por un lado todos los hippies, rastas y reventados de la
vuelta (el contingente más peligroso salió del Rey de la milanesa), y por otro,
los perros hambrientos que viven todo el año en Valizas, babeantes, porque algo intuían.
Y Nachito, amordazado y atado, con los ojos desorbitados…
El cuatriciclo, seguido por el lento andar de los ahora miles
de zombie-rasta-perros, pasó por la placita que los hippies usan de circo
cuando cae el sol, se ladeó un poco a la derecha y terminó incrustándose en el
boliche El León, en el que esa noche tocaba el cantante de 4 Pesos de propina. Tocaba
el cantante de 4 pesos de propina, pero se tuvo que suspender.
Hasta ahí llegó Nachito. Lo que quedó de él terminó en la
panza de los hambrientos perros que viven todo el año en Valizas y en piezas de
artesanías de esas que venden los hippies.
Notas: 1) hasta donde sé, no existe un
penal en Castillos y 2) le pedí a Nacho M. para usarlo como personaje (no, no
murió).
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Con el Paul estas cosas no pasaban
Por más que muchos le
sigan dando palo a Galeano -aunque ahora mira crecer las margaritas desde abajo-,
las reglas del mercado siguen siendo las que definen nuestro modo de vida, como
él decía.
La llegada de los Rolling Stones a Uruguay es una clara muestra de lo que sucede cuando se mueve mucha guita.
Tras algunos intentos infructuosos de obtener entradas con
la tarjeta de crédito iluminada, no queda más remedio que resignarse, sobre
todo teniendo en cuenta que al ratito de que se pusieran a la venta las
localidades generales, se agotaron las de seis mil pei hacia abajo.
A Paul Mc Cartney lo pudimos ver desde la Colombes,
sentaditos aunque bastante de lejos, por mil quinientos pesos. Pero seis palos
para ver a los Rolling… Ojo, comparado a los precios en distintas partes del
mundo no es que sea tan caro, solo que de acuerdo al bolsillo no nos podemos
olvidar que seguimos estando en el tercer mundo.
“Al cabo que no me importa”, me gustaría decir, pero en la
fecha del recital me voy a querer martillar las tarlipes. De todos modos, hay
algo que es verdad y que muchos lo sostienen: che, Mick, ¿no podrían haber
venido quince o veinte añitos antes? Está bien, Paul la descosió con 70 pinos,
es verdad, pero aunque sea diez añitos antes…
La anécdota
Hecho histórico también fue el ocurrido en 1995 (creo, no me acuerdo bien), cuando los Rolling tocaron en Buenos Aires.
Ir a verlos con entrada, pasaje etc. era para mí una utopía,
pero, todavía estaba Alfonso Carbone en la televisión nacional y su programa de
canal 10 “Control remoto”.
En el mencionado programa había un sorteo, pero faltaba un
rato para internet y las redes sociales, por eso había que mandar cartita
escrita de puño y letra con la leyenda: “Quiero ver en vivo a los Rolling
Stones”.
En el quiosquito que había frente a casa compré un block de
200 hojas tipo 10 x 15 cm. Y por ende, tuve que comprar 200 sobres. Con toda la
ilusión de la nube de pedos del adolescente llevé las dos centenas de cartas a
canal 10 y a esperar el gran día.
Estaba tan convencido de que ganaría, que, con tantas
chances que me había creado, manejaba incluso la posibilidad de salir sorteado
más de una vez.
La desazón fue total cuando llegó el día del sorteo; la
cantidad de cartas enviadas podían entrar en la piscina del Olimpia y
desbordarla.
Obviamente no gané, mi ilusión se fue a la mierda y chau
Rolling Stones. Igual que ahora, 20 años después, que seguramente no los vea
por no tener la tarjeta de crédito iluminada ni acampar en la cola durante
varios días ni tener guita como para
sacar la entrada de seis palos.
domingo, 15 de noviembre de 2015
El día que La Chancha se comió el Solís
Si algo le faltaba a La Chancha era presentarse ante un Teatro Solís colmado,
algo que cumplió el 15 de abril de 2015, en el marco de una movida cultural de
la Intendencia de Montevideo.
Según
contó Juan Bervejillo desde el escenario, el recital surgió prácticamente de la
nada, dejando poco tiempo de preparación. “Nos llamaron un día y nos dijeron: ‘tienen
que tocar en dos semanas en el Solís’”, reveló el vocalista.
La
apertura del show estuvo a cargo de la banda Redd House, oriunda de la ciudad
canaria de Las Piedras. Juntos desde 2009, con un disco en su haber y otro en
camino, a estos chicos no les pesó tocar
en el histórico escenario capitalino.
La
Chancha abrió con el tema “Axidente”, dando inicio a un repertorio lleno de
clásicos, interpretados íntegramente en formato acústico (o “playero”, como lo
definen los propios músicos).
El
quinteto playero, como ocurre habitualmente, estuvo integrado por Juan
Bervejillo (guitarra y voz), Alejandro Nari (bajo acústico y coros), Daniel
Aguerregoyen (percusión), Diego “Mireya” Lozza (saxo) y Javier Pérez (guitarra
y coros).
La
intensidad del show fue en ascenso desde el comienzo. Los seguidores del grupo
pueden darse por satisfechos, ya que fueron pocos los temas que quedaron
afuera.
Alejandro
Nari, “Alito” para los amigos, tuvo su momento personal, cuando en determinado
momento tomó la posta y cantó “Solo estoy ocupando un lugar”. Incluso hubo
lugar para el lucimiento de “Mireya” y su saxo, haciendo algún solo frente al
público.
El
público también fue protagonista. Invitados por Bervejillo, muchos de los
presentes cantaron “La curiosidad no mató al gato”, aunque hay que reconocer
que la versión fue algo tímida.
Sobre
el final, la banda dio dos buenas noticias: por un lado, que ya estaría pronto
el tan ansiado disco acústico, y por otro, el regreso al país del batero Yanny
Ippoliti, miembro desde la época de la “Francisca” junto a Juan y “Mireya” desde la década de los
80’.
Fue
un buen recital, aunque un lugar como el Solís habría sido ideal para la
actuación con el formato “Los otros”, el cual se conforma por casi una decena
de músicos, aunque hay que tener en cuenta aquello de la falta de tiempo.
Quedó
demostrado que La Chancha rinde. Sus miembros deben plantearse volver a actuar
en el Solís, para los que se quedaron afuera.
Vos más que vos
Un delirio. Así puede definirse el show que brindaron Buenos
Muchachos y La Hermana Menor el jueves 12 de noviembre en Cinemateca 18.
Fue en el marco de una serie de recitales organizados para
dar una mano con el delicado estado de salud de Cinemateca, cuyo futuro es
incierto a causa de las dificultades económicas.
Acompañando a la música, durante todo el show, se proyectaron viejos filmes en la pantalla de la sala, lo que contribuyó al excelente clima creado por la música.
Acompañando a la música, durante todo el show, se proyectaron viejos filmes en la pantalla de la sala, lo que contribuyó al excelente clima creado por la música.
No es la primera vez que se juntan las bandas de Dalton y
Dematteis. De hecho, la relación tiene casi un cuarto de siglo de vida: fue a
principios de los 90’ cuando las criaturas salieron del pantano y se
arrastraron hasta el mítico Juntacadáveres para empezar a escribir sus historias.
No fue un toque más entre bandas amigas, fue algo especial.
Si bien hubo dos instancias definidas, con apertura de La Hermana Menor y
cierre de Buenos Muchachos, los grupos mutaron constantemente, intercambiando
músicos y vocalistas todo el tiempo. Aunque justo es reconocer que quien más laburó fue el “Negro” José Nozar,
que desde hace mucho tiempo reparte sus horas como baterista entre las dos
bandas, por lo que no tuvo descanso.
Todo comenzó con Pedro Dalton junto a los músicos de La Hermana
interpretando “Avenida de los Ginkgos”, temazo que abre el disco Canarios
(2010), de la banda de Tussi Demateis.
Cuando fue el turno de Tussi de liderar a los Buenos
muchachos, sorprendió con “Mi amor yo voy al bar solo a verte”, “tema
que compusieron junto a Federico Deutsch, pero que estos turros nunca tocan”,
a decir del cantante.
Entre los muchos puntos altos que hubo en la noche, uno de
los más aplaudidos fue la participación de Falco, el pequeño hijo del batero
Nozar, cantando con Pedro el tema “Se hizo bosque ese desierto”, grabado en el
último disco (Nidal, 2015) y que también cuenta con la voz de Claudia Piccini,
mamá de Falco y esposa del “Negro”.
Como es habitual en ambos grupos, hubo momentos de esos en
que se crea una atmósfera muy especial, de esos que hacen viajar juntos a músicos y público, y
momentos de rock and roll frénetico, provocando que más de uno levantara el
culo de su butaca para sacudirse al ritmo de la música demencial, cortesía de
los anfitriones.
Todo hacía prever un gran cierre, y así fue. Antes de bajar
el telón imaginario de la sala, los músicos, todos juntos, interpretaron una
emotiva versión de “Por ejemplo”, de Fernando Cabrera. El final llegó, otra vez
las dos bandas juntas, con una notable versión de “El indio negro que curó a
Jesús”, de los Hotel Paradise, la banda de Nico Barcia, otro viejo conocido de
ellos.
Fue una noche de amigos, con buena música en vivo. Los
Buenos Muchachos dijeron en las redes sociales que podría ser el último toque
juntos “en lo que queda de este siglo”. ¿Será?
Foto: Eduardo Soto - www.cooltivarte.com
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