sábado, 21 de noviembre de 2015

Mea culpa

De adolescentes nos creíamos muy vivos, como lo hacen la mayoría de los individuos cuyos rostros hierven en acné y les sale algún que otro gallo al hablar, además de ser algo inquietos de manos... Pero un día nos pasamos de rosca y eso le costó la vida a nuestro entrañable amigo Nacho M., que era al que más agarrábamos de punto.

Dos décadas después escribo esto desde el penal de Castillos, con una barba cana larga hasta los pies y la cara de nuestro amigo tatuada en el pecho, hecha con un cuchillo herrumbrado (algo se parece, aunque algunos lo confunden con Jesús).

Estábamos en Valizas, y fue la última vez que fumamos porro y tomamos aquel licor brasilero (caliente) de botella de plástico que venía en varios sabores: frutilla, coco, banana, etc. Las famosas batidas elaboradas con metanol, por tanto no aptas para consumo humano.

Adobaditos y chisporroteantes nos pusimos a jugar al “25” y decidimos que en vez de “la patada fuerte” elegiríamos una prenda para el Nacho. Se nos fue la moto, él hubiera preferido que lo agarráramos a boleos en el culo.        

La cosa es que aquella calurosa tarde de febrero de fines de los 90’, en la playa, junto al arroyo,  le metimos el gol de cabeza al Nacho (en realidad lo robamos, porque la pelota pasó a medio metro de la chancleta que hacía de palo) que valía 25 puntos y por ende, la pena máxima.                      

En el momento la idea nos pareció graciosísima: fuimos hasta la esquina de la calle principal donde se encuentra el súper El Puente; lo atamos a un cuatriciclo decorado con imágenes del puerto de aguas profundas, de Monsanto y Aratirí y pegotines de “no a la legalización de la marihuana, sí a la vida”; le pusimos una remera con la cara del milico de Capusotto y la leyenda “el hippie es puto y la hippia también es puto” y le colocamos unos parlantes muy potentes con la canción de Flema “No me gustan los hippies”, a todo trapo. Listo, dejamos el cuatriciclo en automático y lo largamos despacito por la principal, en dirección a la playa…

Para qué... Fue tarde para arrepentirse. No pudimos hacer nada.

Dos hordas, cuan zombies de película, comenzaron a marchar atrás del vehículo: por un lado todos los hippies, rastas y reventados de la vuelta (el contingente más peligroso salió del Rey de la milanesa), y por otro, los perros hambrientos que viven todo el año en Valizas, babeantes, porque  algo intuían.

Y Nachito, amordazado y atado, con los ojos desorbitados…

El cuatriciclo, seguido por el lento andar de los ahora miles de zombie-rasta-perros, pasó por la placita que los hippies usan de circo cuando cae el sol, se ladeó un poco a la derecha y terminó incrustándose en el boliche El León, en el que esa noche tocaba el cantante de 4 Pesos de propina. Tocaba el cantante de 4 pesos de propina, pero se tuvo que suspender.

Hasta ahí llegó Nachito. Lo que quedó de él terminó en la panza de los hambrientos perros que viven todo el año en Valizas y en piezas de artesanías de esas que venden los hippies.


Notas: 1) hasta donde sé, no existe un penal en Castillos y 2) le pedí a Nacho M. para usarlo como personaje (no, no murió).



miércoles, 18 de noviembre de 2015

Con el Paul estas cosas no pasaban

Por más que muchos le sigan dando palo a Galeano -aunque ahora mira crecer las margaritas desde abajo-, las reglas del mercado siguen siendo las que definen nuestro modo de vida, como él decía.

La llegada de los Rolling Stones a Uruguay es una clara muestra de lo que sucede cuando se mueve mucha guita.

Tras algunos intentos infructuosos de obtener entradas con la tarjeta de crédito iluminada, no queda más remedio que resignarse, sobre todo teniendo en cuenta que al ratito de que se pusieran a la venta las localidades generales, se agotaron las de seis mil pei hacia abajo.

A Paul Mc Cartney lo pudimos ver desde la Colombes, sentaditos aunque bastante de lejos, por mil quinientos pesos. Pero seis palos para ver a los Rolling… Ojo, comparado a los precios en distintas partes del mundo no es que sea tan caro, solo que de acuerdo al bolsillo no nos podemos olvidar que seguimos estando en el tercer mundo.

“Al cabo que no me importa”, me gustaría decir, pero en la fecha del recital me voy a querer martillar las tarlipes. De todos modos, hay algo que es verdad y que muchos lo sostienen: che, Mick, ¿no podrían haber venido quince o veinte añitos antes? Está bien, Paul la descosió con 70 pinos, es verdad, pero aunque sea diez añitos antes…

La anécdota

Hecho histórico también fue el ocurrido en 1995 (creo, no me acuerdo bien), cuando los Rolling tocaron en Buenos Aires.

Ir a verlos con entrada, pasaje etc. era para mí una utopía, pero, todavía estaba Alfonso Carbone en la televisión nacional y su programa de canal 10 “Control remoto”.

En el mencionado programa había un sorteo, pero faltaba un rato para internet y las redes sociales, por eso había que mandar cartita escrita de puño y letra con la leyenda: “Quiero ver en vivo a los Rolling Stones”.

En el quiosquito que había frente a casa compré un block de 200 hojas tipo 10 x 15 cm. Y por ende, tuve que comprar 200 sobres. Con toda la ilusión de la nube de pedos del adolescente llevé las dos centenas de cartas a canal 10 y a esperar el gran día.

Estaba tan convencido de que ganaría, que, con tantas chances que me había creado, manejaba incluso la posibilidad de salir sorteado más de una vez.

La desazón fue total cuando llegó el día del sorteo; la cantidad de cartas enviadas podían entrar en la piscina del Olimpia y desbordarla.

Obviamente no gané, mi ilusión se fue a la mierda y chau Rolling Stones. Igual que ahora, 20 años después, que seguramente no los vea por no tener la tarjeta de crédito iluminada ni acampar en la cola durante varios días ni tener guita como para sacar la entrada de seis palos. 

domingo, 15 de noviembre de 2015

El día que La Chancha se comió el Solís

Si algo le faltaba a La Chancha  era presentarse ante un Teatro Solís colmado, algo que cumplió el 15 de abril de 2015, en el marco de una movida cultural de la Intendencia de Montevideo.

Según contó Juan Bervejillo desde el escenario, el recital surgió prácticamente de la nada, dejando poco tiempo de preparación. “Nos llamaron un día y nos dijeron: ‘tienen que tocar en dos semanas en el Solís’”, reveló el vocalista.

La apertura del show estuvo a cargo de la banda Redd House, oriunda de la ciudad canaria de Las Piedras. Juntos desde 2009, con un disco en su haber y otro en camino, a estos chicos no les pesó tocar  en el histórico escenario capitalino.

La Chancha abrió con el tema “Axidente”, dando inicio a un repertorio lleno de clásicos, interpretados íntegramente en formato acústico (o “playero”, como lo definen los propios músicos).

El quinteto playero, como ocurre habitualmente, estuvo integrado por Juan Bervejillo (guitarra y voz), Alejandro Nari (bajo acústico y coros), Daniel Aguerregoyen (percusión), Diego “Mireya” Lozza (saxo) y Javier Pérez (guitarra y coros).

La intensidad del show fue en ascenso desde el comienzo. Los seguidores del grupo pueden darse por satisfechos, ya que fueron pocos los temas que quedaron afuera.

Alejandro Nari, “Alito” para los amigos, tuvo su momento personal, cuando en determinado momento tomó la posta y cantó “Solo estoy ocupando un lugar”. Incluso hubo lugar para el lucimiento de “Mireya” y su saxo, haciendo algún solo frente al público.

El público también fue protagonista. Invitados por Bervejillo, muchos de los presentes cantaron “La curiosidad no mató al gato”, aunque hay que reconocer que la versión fue algo tímida.

Sobre el final, la banda dio dos buenas noticias: por un lado, que ya estaría pronto el tan ansiado disco acústico, y por otro, el regreso al país del batero Yanny Ippoliti, miembro desde la época de la “Francisca”  junto a Juan y “Mireya” desde la década de los 80’.

Fue un buen recital, aunque un lugar como el Solís habría sido ideal para la actuación con el formato “Los otros”, el cual se conforma por casi una decena de músicos, aunque hay que tener en cuenta aquello de la falta de tiempo.

Quedó demostrado que La Chancha rinde. Sus miembros deben plantearse volver a actuar en el Solís, para los que se quedaron afuera.
Vos más que vos

Un delirio. Así puede definirse el show que brindaron Buenos Muchachos y La Hermana Menor el jueves 12 de noviembre en Cinemateca 18.

Fue en el marco de una serie de recitales organizados para dar una mano con el delicado estado de salud de Cinemateca, cuyo futuro es incierto a causa de las dificultades económicas. 

Acompañando a la música, durante todo el show, se proyectaron viejos filmes en la pantalla de la sala, lo que contribuyó al excelente clima creado por la música.

No es la primera vez que se juntan las bandas de Dalton y Dematteis. De hecho, la relación tiene casi un cuarto de siglo de vida: fue a principios de los 90’ cuando las criaturas salieron del pantano y se arrastraron hasta el mítico Juntacadáveres para empezar a escribir sus historias.

No fue un toque más entre bandas amigas, fue algo especial. Si bien hubo dos instancias definidas, con apertura de La Hermana Menor y cierre de Buenos Muchachos, los grupos mutaron constantemente, intercambiando músicos y vocalistas todo el tiempo. Aunque justo es reconocer  que quien más laburó fue el “Negro” José Nozar, que desde hace mucho tiempo reparte sus horas como baterista entre las dos bandas, por lo que no tuvo descanso.

Todo comenzó con Pedro Dalton junto a los músicos de La Hermana interpretando “Avenida de los Ginkgos”, temazo que abre el disco Canarios (2010), de la banda de Tussi Demateis.

Cuando fue el turno de Tussi de liderar a los Buenos muchachos, sorprendió con “Mi amor yo voy al bar solo a verte”, “tema que compusieron junto a Federico Deutsch, pero que estos turros nunca tocan”, a decir del cantante.

Entre los muchos puntos altos que hubo en la noche, uno de los más aplaudidos fue la participación de Falco, el pequeño hijo del batero Nozar, cantando con Pedro el tema “Se hizo bosque ese desierto”, grabado en el último disco (Nidal, 2015) y que también cuenta con la voz de Claudia Piccini, mamá de Falco y esposa del “Negro”.

Como es habitual en ambos grupos, hubo momentos de esos en que se crea una atmósfera muy especial, de esos que  hacen viajar juntos a músicos y público, y momentos de rock and roll frénetico, provocando que más de uno levantara el culo de su butaca para sacudirse al ritmo de la música demencial, cortesía de los anfitriones.

Todo hacía prever un gran cierre, y así fue. Antes de bajar el telón imaginario de la sala, los músicos, todos juntos, interpretaron una emotiva versión de “Por ejemplo”, de Fernando Cabrera. El final llegó, otra vez las dos bandas juntas, con una notable versión de “El indio negro que curó a Jesús”, de los Hotel Paradise, la banda de Nico Barcia, otro viejo conocido de ellos.


Fue una noche de amigos, con buena música en vivo. Los Buenos Muchachos dijeron en las redes sociales que podría ser el último toque juntos en lo que queda de este siglo. ¿Será?

Foto: Eduardo Soto - www.cooltivarte.com