Mea
culpa
De adolescentes nos creíamos muy vivos, como lo hacen la
mayoría de los individuos cuyos rostros hierven en acné y les sale algún que
otro gallo al hablar, además de ser algo inquietos de manos... Pero un día nos
pasamos de rosca y eso le costó la vida a nuestro entrañable amigo Nacho M.,
que era al que más agarrábamos de punto.
Dos décadas después escribo esto desde el penal de
Castillos, con una barba cana larga hasta los pies y la cara de nuestro amigo
tatuada en el pecho, hecha con un cuchillo herrumbrado (algo se parece, aunque
algunos lo confunden con Jesús).
Estábamos en Valizas, y fue la
última vez que fumamos porro y tomamos aquel licor brasilero (caliente) de
botella de plástico que venía en varios sabores: frutilla, coco, banana, etc.
Las famosas batidas elaboradas con metanol, por tanto no aptas para consumo
humano.
Adobaditos y chisporroteantes nos pusimos a jugar al “25” y
decidimos que en vez de “la patada fuerte” elegiríamos una prenda para el
Nacho. Se nos fue la moto, él hubiera preferido que lo agarráramos a boleos en
el culo.
La cosa es que aquella calurosa tarde de febrero de fines de
los 90’, en la playa, junto al arroyo,
le metimos el gol de cabeza al Nacho (en realidad lo robamos, porque la
pelota pasó a medio metro de la chancleta que hacía de palo) que valía 25
puntos y por ende, la pena máxima.
En el momento la idea nos pareció graciosísima: fuimos hasta
la esquina de la calle principal donde se encuentra el súper El Puente; lo
atamos a un cuatriciclo decorado con imágenes del puerto de aguas profundas, de
Monsanto y Aratirí y pegotines de “no a la legalización de la marihuana, sí a
la vida”; le pusimos una remera con la cara del milico de Capusotto y la
leyenda “el hippie es puto y la hippia también es puto” y le colocamos unos
parlantes muy potentes con la canción de Flema “No me gustan los hippies”, a
todo trapo. Listo, dejamos el cuatriciclo en automático y lo largamos despacito
por la principal, en dirección a la playa…
Para qué... Fue tarde para arrepentirse. No pudimos hacer
nada.
Dos hordas, cuan zombies de película, comenzaron a marchar
atrás del vehículo: por un lado todos los hippies, rastas y reventados de la
vuelta (el contingente más peligroso salió del Rey de la milanesa), y por otro,
los perros hambrientos que viven todo el año en Valizas, babeantes, porque algo intuían.
Y Nachito, amordazado y atado, con los ojos desorbitados…
El cuatriciclo, seguido por el lento andar de los ahora miles
de zombie-rasta-perros, pasó por la placita que los hippies usan de circo
cuando cae el sol, se ladeó un poco a la derecha y terminó incrustándose en el
boliche El León, en el que esa noche tocaba el cantante de 4 Pesos de propina. Tocaba
el cantante de 4 pesos de propina, pero se tuvo que suspender.
Hasta ahí llegó Nachito. Lo que quedó de él terminó en la
panza de los hambrientos perros que viven todo el año en Valizas y en piezas de
artesanías de esas que venden los hippies.
Notas: 1) hasta donde sé, no existe un
penal en Castillos y 2) le pedí a Nacho M. para usarlo como personaje (no, no
murió).



